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Desde el ventanuco se observa un valle que
despierta a la primavera con ganas. Después de un invierno de
los más duros que se recuerdan por estas tierras, todo parece
que tiene prisa por vestir sus mejores galas primaverales.
En pocos días los árboles frutales han cambiado sus desnudas
ramas por ramilletes de flores y con el ventanuco abierto veo
como los pueblos de El Vigo y Siones hacen un guiño al blanco
y verde. Sus cerezos y perales están cuajados de flores
blancas que resaltan, desde aquí, sobre el verde de los
prados.
La Peña tardará aún en despertar, hay que esperar al 8 de mayo
para disfrutar de la gran piedra.
De momento en las casas empezamos a quitar peso de la cama y
las mantas pasan a un segundo plano. Los abrigos, echarpes,
jerséis gordos y los guantes turquesa están ya en ciernes de
dar paso al colorido de la primavera-verano.
En el exterior de la casa, los tiestos y las flores asoman
débilmente. Los hortelanos vuelven a las huertas mimando el
terruño para que todos saboreemos, en verano, los pimientos y
tomates.
No podían faltar las golondrinas que el día de San José
anunciaron su llegada y ya ocupan los nidos que dejaron vacíos
el año pasado en las vigas del zaguán.
En los prados las yeguas ya trotan con sus potrillos, pero
donde realmente se siente la primavera es en uno mismo. Parece
que cada primavera se nace otra vez como el ave Fénix.
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