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Hace unos días ha trascendido a los medios un informe elaborado por la
Dirección de Biodiversidad y Participación Ambiental del Gobierno vasco en
el que se concluye que el proyectado parque eólico de Ordunte, en Vizcaya,
tendría un crítico impacto ambiental; ello supone que, prácticamente, a
expensas de las alegaciones que la empresa promotora pueda hacer, la
declaración final de Evaluación de Impacto Ambiental (EIA) será negativa.
En el aludido informe, en su argumentación para descabalgar este parque
eólico, se traen a colación aspectos de hábitat y vegetación, de paisaje,
de flora amenazada y de fauna. Pertenezco a la empresa que ha realizado
todos los estudios faunísticos que se han aportado específicamente para
esta EIA y que han resultado codeterminantes para la referida conclusión.
El público debe saber que quien paga la EIA es el promotor de la obra, en
este caso Eólicas de Euskadi, S.A. Y debo decir en honor a la estricta
verdad que en todo el proceso de más de dos años que ha durado el trabajo
desarrollado nunca se ha recibido en nuestro equipo la más mínima presión
o sugerencia para que las distintas memorias realizadas al efecto fueran
maquilladas o, peor aún, ocultaran, siquiera parcialmente, aquello que se
iba redactando en función de los datos e incluso de la opinión, no siempre
idéntica en todo, por supuesto, entre los distintos miembros de aquél. Así
pues, al César lo que es del César, a Eólicas lo que es de Eólicas y a
algunos gurús del ecologismo, que tan a menudo sostienen que las empresas
ambientales buscan la rentabilidad sin reparo, dejando los fundamentos
éticos en la recámara, pues eso, que por favor no hagan facilona tabla
rasa (por cierto, que algún día habrá que salir ya a la palestra para
desenmascarar a quien se ampara en el conservacionismo para hacer
precisamente negocio, o sea, empresa, dando caña a las administraciones
pero sólo cuando, eso sí, la panoja no llega a través de subvenciones y
encargos de índole diversa; ya verán ustedes, ya). Si estas palabras
sirven para que el promotor no se enoje excesivamente en su reflexión
final y frustrada de por qué no puede consumar la instalación eólica,
bienvenidas, pero no buscan éso, sino que se dicen como introducción a una
reflexión más profunda y amplia acerca de la energía eólica, al menos en
Euskadi. Veamos.
En el País Vasco tenemos aprobado un instrumento no desarrollado en
ninguna otra comunidad autónoma: el Plan Territorial Sectorial (PTS)
eólico. El PTS estudió, ambientalmente sobre todo, los enclaves
susceptibles de ser elegidos para la instalación de aerogeneradores, y lo
hizo como hay que hacerlo, esto es, previamente a la puesta en marcha de
este tipo de energía. Ordunte está, como Elgea-Urkilla, Oiz y Badaia (los
tres parques de Euskadi en funcionamiento), dentro de una lista
prioritaria integrada por lugares que, en principio, se sugirieron como
idóneos desde el Gobierno vasco. Y digo en principio porque para eso están
los estudios de impacto, entre otras cosas para corregir lo que haya que
corregir, y en todo cualquier planificación puede ser mejorada, o
considerar criterios no tomados en cuenta en su día. Desgraciadamente,
muchas EIAs son un coladero infumable, algo que obviamente no ha ocurrido
aquí. E irrefutable también es que Eólicas de Euskadi, S.A. ha ido allí
donde le han marcado, y que para nada tuvo que ver, en su día, con la
redacción del PTS; por tanto, falso e injusto sería acusar al promotor de
enrocamiento en la elección de esta zona o de cualquier otra que contemple
el mencionado PTS.
Pero más
allá de todo, lo importante realmente a mi juicio es lo que subyace en
este tinglado. Me refiero al energético, a ése que mueve los hilos del
desarrollo, tantas veces insostenible en las sociedades modernas,
sociedades a menudo muy solidarias en los manifiestos teóricos pero mucho
menos cuando hay que aplicar lo que aguanta el papel con mucha más
comodidad. Así, la cantinela en la que milita, por ejemplo, el gremio de
la conservación más estándar, es la de que por supuesto se está a favor de
la energía eólica, faltaría más, pero no a cualquier precio. Correcto y
lógico; lo que pasa es que la tasación de ese precio es casi siempre la
misma, o sea, quien tiene un parque eólico cerca no lo quiere por cuanto
considera que sus valores paisajísticos, faunísticos se verían cercenados
o seriamente amenazados.
Ahora bien, en este asunto se detecta algo muy frecuente: la opinión rural
suele ser distinta a la urbana ya que frente al posicionamiento antes
referido y plagado, ya digo, de inercias lanzadas habitualmente desde la
ciudad (paradójicamente la que derrocha energía sin reparo), o ante la
reivindicación más correcta, esto es, analizar y luego decidir, existe
otra, la que por su parte suelen protagonizar los propietarios de los
terrenos donde se enclavan los molinos, que ven en estos gigantes aspados
una fuente cómoda y perpetua para ingresar cantidades importantes de
dinero. Las juntas vecinales suelen ser por este motivo las primeras en
apuntarse al sí rotundo a los parques eólicos situados en montes públicos;
cuando los terrenos son privados, la verdad es que no suelen coincidir los
vecinos de un mismo entorno, y así, unos, propietarios, no ven sino
ventajas en los aerogeneradores, y otros, vecinos pero no propietarios,
exhiben una sensibilidad extrema y repentina por el paisaje y los pájaros.
Está claro que ni una cosa ni otra, ni la siempre cómoda manifestación del
sí pero no aquí, ni la del toma el dinero y corre. La madre del cordero
reside, como tantas veces, en tener claro qué peaje pagar por el objetivo
que se persigue, y entonces, asumirlo o no. El País Vasco es un territorio
pequeño, deteriorado ambientalmente en gran parte de su superficie, sobre
todo en sus dos provincias más norteñas, que con un desarrollo industrial
potente durante décadas han visto perturbados con reiteración sus bosques,
ríos, fauna, flora, paisajes, humanizando éstos hasta la saciedad,
llenándolos de redes viarias, energéticas, de cemento. Y ¿dónde quedan los
lugares mejor conservados? Pues en las montañas, en las cotas más altas,
en aquellos sitios que se han salvado del desarrollismo que no entendía de
ecología porque aún no se había inventado esta disciplina o porque se la
ignoraba en los despachos. Y es ahí donde corre el viento, en lo más alto;
y ahí donde suelen estar los paisajes más valorados por la sociedad, donde
los montañeros más acuden, donde se declaran figuras de protección (Red
Natura), son ésos los entornos que encuentran las retinas más receptivas.
La Comunidad Autónoma del País Vasco avanza actualmente entre normativas y
compromisos que buscan dulcificar la huella ecológica del hombre sobre el
medio. Así, existen, por ejemplo, un Programa Marco Ambiental (2002-2006),
unas Directrices de Ordenación del Territorio y una Estrategia Ambiental
Vasca de Desarrollo Sostenible (2002-2020). En Euskadi el objetivo es que
en 2010 se incremente hasta el 12% la participación de las energías
renovables en la demanda energética. Pero ¿cómo cumplir este reto sin
recurrir a la energía eólica en estos momentos? Todas las ideas no suelen
caber a la vez. ¿Deberemos decir quizá que en el País Vasco no se pueden
poner más parques eólicos? ¿Y si no es así, dónde sí? ¿Qué coste ambiental
se está dispuesto a pagar? ¿Puede parar un parque eólico una colonia de
buitres situada en su cercanía? ¿Lo pueden detener dos parejas de
alimoches? Si un águila real muere contra un aerogenerador ¿detenemos el
parque? ¿O sólo el molino contra el que se ha chocado? ¿P ése y los tres
que hay al lado? El peaje, eso es lo que hay que discutir, debatir y
asumir en la dirección que se decida. Ese debate falta y debe ser sincero
y valiente.
Personalmente, con los datos que como equipo técnico hemos conseguido y
facilitado al promotor de Ordunte y en definitiva al Gobierno vasco y a la
sociedad, estoy satisfecho y éticamente tranquilo; se nos pidió un
diagnóstico faunístico y ahí está. Pero no tengo por menos que confesar
que siento una doble sensación encontrada: por un lado, la sierra seguirá
sin aerogeneradores (lo que creo que es mejor desde, al menos, el punto de
vista paisajístico), y por otro, ello supone un claro traspiés para no
seguir avanzando en luchar contra el cambio climático, sin duda una de las
amenazas que nos lo va a hacer pasar muy mal en el futuro si no nos damos
mucha prisa en detener la vorágine en el consumo de combustible fósil |
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